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El paciente está inconsciente; un picahielos sobresale de cada cuenca ocular. Cuando el médico retrocede para tomar una fotografía, uno de los picos de hielo resbala. La vida del paciente termina en ese instante. El doctor, sin inmutarse, avanza hacia su próxima demostración.
El doctor es Walter Freeman, pionero de la infame lobotomía transorbital, y el documental de PBS «The Lobotomist» cuenta la espantosa historia de su ascenso y caída.
Freeman, el director de laboratorio de un hospital psiquiátrico, pasó muchas noches agachado sobre la mesa de disección de la morgue. Estaba convencido de que la enfermedad mental tenía sus raíces en el cerebro, pero no podía encontrar diferencias consistentes entre los cerebros de los individuos sanos y los enfermos mentales. Luego se enteró de un nuevo tratamiento radical para la enfermedad mental: perforar el cráneo y desconectar el lóbulo frontal. El neurólogo portugués Egas Moniz ganó el Premio Nobel en 1949 por inventar ese procedimiento, pero Freeman lo hizo más rápido, fácil y portátil.
A mediados de la década de 1940, Freeman estaba de gira por el país realizando docenas de lobotomías de picahielos cada día. Usaba picos de su propia cocina y martillos de carpintero. A veces, por diversión, operaba con la izquierda. Los médicos que se reunían para observar vomitaban y se desmayaban—pero los pacientes a menudo mejoraban. Freeman podía convertir en ciudadanos tranquilos y dóciles a las personas que manchaban heces en las paredes y se acurrucaban desnudos debajo de los muebles.
Desafortunadamente, junto con su locura, perdieron sus personalidades. Freeman cayó del favor institucional a mediados de la década de 1950, cuando estudios a largo plazo comenzaron a revelar las fallas de su técnica y medicamentos como la torazina llegaron al mercado. En respuesta, trasladó su consultorio al oeste y comenzó a operar a nuevos tipos de pacientes: amas de casa descontentas, por ejemplo, y niños rebeldes. Uno tenía cuatro años.
«El Lobotomista» plantea preguntas que siguen siendo relevantes con urgencia en una época en la que las compañías farmacéuticas ayudan a definir lo que significa estar mentalmente enfermo. «¿Es la ausencia de dolor lo que debemos buscar? La ausencia de empatía? La ausencia de ansiedad?»el periodista Robert Whitaker pregunta en la película. «¿Es eso algo bueno, o es eso lo que nos hace humanos?”
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